La tecnología no es el problema, sino el uso que haces de ella
Muchos padres y madres se sienten preocupados al ver cómo sus hijos pasan horas frente a una consola o mirando la pantalla del móvil. Es comprensible: quieren lo mejor para ellos, y muchas veces no saben si tanta exposición puede afectar a su desarrollo cognitivo, a su capacidad de concentración o a su bienestar emocional. El miedo a que la tecnología “los enganche” o a que se alejen del mundo real está presente en muchas familias.
Pero antes de condenar a la tecnología como culpable, conviene hacerse una pregunta clave:
¿cómo la están usando nuestros hijos?
El problema no es la tecnología en sí, sino el uso pasivo, repetitivo y descontrolado que a veces se hace de ella. No es lo mismo pasar dos horas viendo vídeos en bucle en redes sociales que dedicar ese tiempo a crear un videojuego propio, construir una ciudad sostenible en Minecraft con fines educativos o aprender a programar un robot que reacciona a sensores.
La clave no está solo en el tiempo de pantalla, sino en la calidad de lo que hacen con ella. La tecnología puede ser una ventana a la creatividad, al pensamiento crítico y al aprendizaje colaborativo, o simplemente un entretenimiento sin propósito. Ambos usos existen, y como adultos, nuestro rol es enseñar a diferenciar entre ellos.

De consumidores a creadores
Una cosa es consumir contenido (vídeos, juegos predefinidos, redes sociales) y otra muy distinta es crear contenido, resolver retos, tomar decisiones y aprender de forma activa. Cuando un niño aprende a programar, a diseñar soluciones con tecnología o a construir un proyecto en equipo, su relación con el entorno digital se transforma por completo.
Aprende a pensar, a equivocarse y a mejorar, a comunicar ideas, a desarrollar la paciencia y la perseverancia. Estas habilidades son esenciales, no solo para su futuro profesional, sino también para su desarrollo personal y emocional.
También es importante cambiar la narrativa. Muchas veces, asociamos el uso de pantallas al aislamiento, al individualismo o a la desconexión con el entorno. Pero cuando se propone un uso activo, guiado y educativo, la tecnología se convierte en un puente para conectar con los demás, para compartir ideas, para trabajar en equipo, incluso entre generaciones.
Muchos padres se sorprenden cuando descubren que sus hijos no solo están “jugando con el ordenador”, sino creando sus propias historias interactivas, solucionando problemas de lógica o explicando a sus compañeros cómo usar una app. Estas experiencias no solo empoderan a los niños, sino que también fortalecen la relación familiar si se comparten y se celebran juntos.
¿Qué podemos hacer desde casa?
Educar en el uso de la tecnología no es prohibir ni castigar, sino acompañar, conversar, orientar y proponer alternativas. Aquí algunas ideas prácticas para aplicar desde el hogar:
- Hablar con ellos sobre cómo y para qué usan las pantallas, sin juicios. Entender qué les gusta, qué aprenden, qué sienten.
- Ofrecer opciones tecnológicas activas, como apps educativas, plataformas de programación, retos de robótica, diseño gráfico o creación audiovisual.
- Establecer tiempos equilibrados, pero también crear espacios de diálogo donde puedan mostrar lo que han hecho o aprendido.
- Dar ejemplo con nuestro propio uso de la tecnología. Si queremos que usen bien las pantallas, primero tenemos que hacerlo nosotros.
- Buscar actividades compartidas: programar juntos, investigar en internet, jugar a construir algo colaborativamente, etc.
La tecnología no es el enemigo. Es una herramienta poderosa que, bien utilizada, puede abrir puertas maravillosas al conocimiento, la creatividad y la conexión humana. No se trata de eliminarla de la vida de nuestros hijos, sino de enseñarles a usarla con sentido, con propósito y con equilibrio.
Porque lo que marcará la diferencia no será cuánto tiempo pasaron frente a una pantalla, sino qué hicieron con ese tiempo, qué aprendieron y quiénes fueron mientras lo hacían.
Acompañarles en el uso de la tecnología no es controlarles, es educarles. Y en ese camino, los padres tienen un papel más importante que nunca.